Chávez ha muerto.
No lo digo como una noticia, no
lo escribo para que se enteren, ¿quién en este planeta no sabe que él está
muerto?, me lo repito a mí misma, sí está muerto, sí, lo dijeron.
Después de meses viviendo en el
país de los cuento, del “me dijo una amiga que trabaja en el Hospital Militar…”,
“me dijo un amigo que trabaja con la esposa de la mano derecha del que trabaja
en…” lo que muchos de nosotros creíamos como certeza desde hace un buen tiempo
se confirmó a través de un Nicolás Maduro perdido en esas líneas que ha tenido
que recitar: está muerto.
Ayer cuando recibimos la noticia
en la oficina, nos miramos a las caras y corrimos a las salidas. Cada quién
pensó en lo mismo: llegar a casa lo antes posible. Los centros comerciales y
tiendas cerraron, como por arte de magia los cajeros se llenaron colas de
personas y el metro dejó de funcionar. “No vengas a casa que están saliendo
chavistas en motos lanzando tiros al aire” me telefoneó mi mamá, “vente a mi
casa que queda más cerca” me dijo mi hermana; pero ¿cómo?, las líneas se
congestionaron, la gente corría en una vorágine de temor, ansiedad y
expectación. La llamada a mi jefa (única llamada que pudo exitosamente salir de
mi línea) fue el salvavidas y ella, que tiene el corazón más grande del
planeta, se desvió de su camino para buscarme.
Tienes que ser venezolano para entender el clima que se vive
en el país, para saber qué significa realmente que Chávez no esté más, entender
qué es para el venezolano común el conjugar en pasado todo lo que tiene que ver
con el que fue por más de una década el presidente de Venezuela.
Que murió hace mucho, que murió
anoche, que me reuní con él cinco horas, que hablamos por diferentes vías
escritas (no, no es un error lo de ”diferentes vías escritas”), que lo veo
fuerte, que está batallando, que tuiteó… tantas versiones contradictorias entre
sí, inverosímiles y sin sentido que, por ahora, no quiero de tratar de
explicar, de cuestionar, es que… está muerto… ya lo sabemos, no hay manera de
bajarle la luz a esa noticia encandiladora.
¿Me siento triste? No, ¿me siento
feliz? No. El hombre que (mal) gobernó mi país desde que tenía 13 años ha
muerto y todavía no pierdo la capacidad de asombro.
Nos ha afectado y las caras que
vi en el metro hoy: las de unos tostadas por el Sol e hinchadas por el llanto, las
de los otros tratando de no ver a aquellos y hablando en voz baja; me confirman
que él está muerto, pero que tal vez esto no ha terminado…