Nos vamos,
Nos cansamos de sufrir, de preguntarnos por
qué
Nos vamos,
Nos negamos a seguir esperando, dilatando el
hasta cuando
Nos vamos,
Con algo llenaremos este vacío de arepas,
amigos y Ávila
Nos vamos,
Seguiremos con los pies acá y el corazón allá,
viviendo aquí y soñando allá
Nos vamos,
Anhelando volver.
Hace unos días tuve la
oportunidad de cocinarle mis famosos tequeños (bautizados por Nuloha como
Maiteques) a los invitados venezolanos de una amiga (también venezolana) en México DF.
Ese día, esas cuatro paredes
fueron un huequito desde donde el que se asomara podía ver a Venezuela. Embajada
improvisada con extraterritorialidad que envolvía los sentidos. Con olor a
fritanga, sabor a ron y textura de un Toronto derritiéndose en la boca.
Esa noche nos paseamos por los 70’s,
los 80’s y los 90’s de la música venezolana (o incluso la foránea que se puso
de moda allá). Nunca Kiara ni Guillermo Dávila se imaginaron que saldrían a
colación en pleno México DF en el 2013.
En esa pequeña Venezuela improvisada
hablamos de política (para variar). Para personas que tiene uno, dos, y hasta
más de cinco años sin pisar su tierra me sorprendió su conocimiento exhaustivo
de los cambios ministeriales, de los
nombres de hasta el más insignificante lacayo del imperio bolivariano (esto es material
para otro post, don’t ask, don’t tell) y del más reciente activista opositor.
Mientras yo quiero escapar vendándome los ojos con libros, tapándome los oídos con música y dopándome con mis seres
queridos en reuniones en donde nos prohibimos hablar de política, ellos se
sumergen en los periódicos, preguntan a todo el que está allá a todo el que
llega, ellos quieren regresar y no dejar de sentirse parte.
Están tranquilos, están felices y
saben que tomaron la mejor decisión, la única que podían tomar. Pero la saudade
no les abandona, el Ávila se les incrustó entre ceja y ceja y esta explanada en
donde se extraña el verde les golpea la vista les recuerda día a día que
gracias a Dios están aquí, pero que qué desgracia que no estén allá.
Una amiga me decía que los
venezolanos somos de los pocos inmigrantes que se reúnen frecuentemente, que forman una
comunidad fuerte, que siempre andan pendientes de reconcer al compatriota. Y sí, en su
mayoría somos así… creo que es porque el que se va se va porque tiene más que perder quedándose
que saliendo del país. El que se va se lleva en la cabeza al amigo, familiar o
conocido que mataron para robarle un celular o el susto del secuestro frustado del cual fue objeto. Creo que es por eso que cuando
conocen a un No-boliburgués expatriado se le tratan como un hermano, porque al
final para todos fue difícil.
Cuando estoy en Caracas,
caminando o en el metro, a veces me topo con esas cosas que me dan un poquito de
esperanza: un chico leyendo a George Orwell, un niño sobando a un perrito o un
nuevo restaurante… esa reunión me envolvió en una calidez insospechada y me dio
muchas esperanzas. Me hizo ver que aunque muchos de los nuestros, de esa gente
trabajadora, buena, que ama a su país, está agarrando sus maletas para irse;
también es cierto que no se van para siempre y están esperando el momento de
poner fin a ese exilio autoimpuesto.
Brindo por ellos, por mis compatriotas que más allá de nuestras
fronteras son los mejores embajadores, los mejores consejeros y los mejores
anfitriones que se pueda tener.