Esta semana terminé de leer Boves el Urogallo de Francisco Herrera Luque.
Para los que no están familiarizados
con José Tomás Boves, él es el antihéroe
de la historia venezolana, el más temido y sangriento de los oficiales españoles
durante la Guerra de Independencia que, créalo o no, logró que los negros y
pardos pelearan a favor del Rey de España y en contra de los criollos
mantuanos.
Creo que debo hacer un pequeño paréntesis
sobre cómo y qué escribía Herrera Luque. Psiquiatra de profesión, escribió ensayos y luego novelas construyendo, a través de exhaustivas
investigaciones, el perfil psicológico
de sus personajes, de allí la complejidad y densidad de los mismos.
Terminé el libro con muchas ideas
en la cabeza… la primera, es que definitivamente somos la misma cosa, vestidos diferente y repetidos en el tiempo. Nuestros complejos de inferioridad y
superioridad pareciera que tienen sus raíces en el mismo proceso de colonización
y en el absurdo sistema de castas que nos fue impuesto.
Boves, español de nacimiento,
venido a Venezuela siendo adolescente, humilde que con su trabajo (y artimañas)
logró amasar una fortuna, nunca fue lo suficientemente bueno como para ser
tomado por igual por los mantuanos (blancos criollos, hijos de españoles y
adinerados, dueños de haciendas que no realizaban trabajo manual alguno), tanto
así que a pesar de aportar en demasía a la causa patriota, es condenado a una
muerte de la cual lo salva en bando realista, engrosándolo en sus filas y explotando su naturalesza sangrienta y el odio atesorado en su interior.
Logra sumar a los negros y pardos
a su causa, defendiendo un Rey extranjero que al final no iba a apoyar ningún
cambio sustancial en un sistema jerárquico impuestos por sus propios
funcionarios en sus colonias, por el odio que anidan en común. Los mantuanos
son los que los han rechazado, por su color de piel (a unos), por su pobreza (a
otros) y por sus origines (a todos). Los
mantuanos les recuerdan lo que nunca lograrán ser, lo que detestan y anhelan a
la vez.
El libro está minado de
personajes que parecieran sacados de la actualidad; están las Bejarano, dos pardas
hermanas dueñas de su propio negocio que compran al Rey su título de blancas y
que aun así son rechazadas y excluidas de la vida social de la clase
privilegiada y se me haría interminable
comentar los paralelismos existentes en el libro versus nuestro día a día.
Mientras leía miles de imágenes
se arremolinaban en mente. Recuerdo la mamá de un ex novio que usaba el término “gente bien” para referirse a sus
iguales de clase. Recuerdo también cómo en una contra marcha opositora en la
Central un vigilante que estaba en el bando chavista me gritó “desclasada”
aludiendo que yo no debía estar en ese lado de la marcha con “ellos” los “blanquitos del Este”.
El estamento social colonial se
ha flexibilizado, ha habido movimientos y migraciones y se ha ido permeando
poco a poco, pero la malla (ya no el muro) que marca el inicio y el fin del uno y del
otro siguen allí. Tenemos los mismos derechos ante la Ley, pero las
limitantes sociales (más allá de las monetarias) siguen estando presentes en
nuestra interrelación cotidiana y este ciclón llamado Chávez logró evidenciar y
capitalizar esas diferencias.
Pienso en la gente en el metro,
cómo ven al diferente (al que lee por ejemplo), pienso en cómo se ensañan
particularmente con ellos (sí, me ha pasado) y también pienso en cómo en
determinado lugares he tenido que hacer caso omiso a las miradas que
descaradamente interpelan a algunos, preguntándoles qué hacen en ese sitio y
los hacen sentir fuera de lugar. Pienso en lo fuera de lugar y poco inclusiva
que me pareció la última propaganda de Julio Borges (si no la han visto tomense unos minutos).
Chávez (que como Boves, terminó porque la Providencia así lo quiso y no por maniobras unidas y coherentes de los patriotas) supo explotar todo esto a su máxima expresión con una oposición que (como los mantuanos de antaño) no quieren sino volver al status quo anterior, sin entender que fue esa Venezuela la que germinó la semilla del árbol cuyos frutos estamos comiendo y que para el otro bando lo peor que puede pasar es justamente eso, volver a ser lo que éramos.
Como la promesa de Boves de que
si peleaban con él podrían saquear y robar las casas de sus amos, hace unos días
vi un grafiti de los Tupamaro en una zona humilde de Santa Teresa del Tuy, el
grafiti dice en letras negras como advertencia (para nosotros) y como un
juramento (para ellos) “si nos quitan
nuestros sueños no les dejaremos dormir” ¿Estaremos escuchando acaso los
acordes del Piquirrico sin darnos cuenta?
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