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domingo, 10 de septiembre de 2017

Lo que te diría

Si estuvieras aquí

Te diría que no estaremos para siempre.

Te diría que en especial tú no estarás para siempre.

Te diría que es mejor que digas todo lo que piensas.

Te diría que es mejor que nos sientes en una mesa y nos digas a todos lo mismo.

Te diría que no quiero secretos.

Te diría que no quiero saber más.

Te diría que no pretendo santificarte.

Te diría que siempre te veré humana.

Te diría que no eludas que has tenido la culpa.

Te diría que no te echaré toda la culpa.

Te diría que estoy sola.

Te diría que necesito acostumbrarme a esta carne.

Te diría que me estoy acostumbrando a estas voces.

Te diría que a pesar de todo mientras te recuerde seguiré viéndote.

Te diría que tu recuerdo es lo único que me acompaña.

Te diría que somos tú y yo.

Y que como esa alianza era siempre compartida.

Me acostumbré a ser yo.




sábado, 19 de agosto de 2017

Al Gran Amor de mi Vida

Hola… te tengo que advertir antes de que empieces a leer que esta no es una carta de amor.

Así como carta carta no sé si sea. No sé si tiene destinatario, o mejor dicho, no sé si la llegues a leer, no sé si donde estás llega Ipostel o el Internet.

Tampoco es de amor, al menos no de amor correspondido, de amor feliz, de esos amores bonitos que ríen y se acompañan en la oscuridad de la noche con respiración acompasada.

Seguramente ahora me estarás regañando, pero créeme… tengo justificación…

Es que se me ha antojado escribirle al desamor, al desamor que te suelta lágrimas, al que te arruga el corazón, a ese que padeces sola embojotada en la cama deseando despertar de la pesadilla. Estoy atravesando, sin freno y en bajada, por el despecho más fuerte que he vivido… ¿De qué más voy a escribir sino es de él?

Creía saber qué era el amor. Desde la azotea de un piso treinta miraba con cierta altanería a los enamorados, a las parejas agarradas de mano, leía las historias de amor y creía saber qué era y qué se sentía.

Me creía en la capacidad de encontrarlo, por sus señas lo buscaría, el destino me guiaría y viviría otra vez ese amor de novela. Lo imaginaba como una producción de Disney (en la que todos cantan) con diálogos de Jane Austin y de Isabel Allende. Un amor que no cabe en el Metro de Caracas y al que hay que entregarse apasionadamente.

Pero viniste tú y me tomaste por sorpresa.

Tú, a la que no tenía inventariada. Tú, la de siempre, la que nunca faltaba. Tú, con tu tibieza, tu amor acogedor con olor a mango maduro que viniste a quitarme la pieza de este rompecabezas que cargo sobre los hombros.

Por ti he hecho tantas cosas que no tenía pensadas…

Me he arrodillado para rezar aunque siempre había dicho que Dios no necesitaba esas muestras de fe.

He llorado sin razón y a toda hora violando ese pacto mío de no hacerlo en público.

He reconocido mi insignificancia y el hecho de que ante esto, soy una más, actuando como lo haría cualquier hijo de vecino.

He renunciado a la razón, la lógica y el pensamiento. Todo esto ha sido vísceras, pálpito de corazón y susto en el estómago.

He dejado mi orgullo y mi vergüenza y he pedido favores por los que estaré atada eternamente.

Y aunque creo que me estoy enamorando otra vez la sombra de tu abandono y las huellas de este desgaste no me dejan sonreír completo.

Estoy como estornudando sin ganas, como respirando con el pecho trancado, como comiendo chocolate sin azúcar y café sin leche.

Estoy bipolar riendo y llorando, suspirando y gritando. Hablando sola cuando creo que hablo contigo.

Y cuando estoy a punto de convencerme de que lo he superado viene cualquier tontería y ahí me quedo; con la costra levantada otra vez y sangrando por esa herida que no se cura ni se cierra.

Este es el primer catorce de febrero sin ti, es el primer día de los enamorados en el que no estamos juntas,  en los que no tengo que pararme a comprar las flores que compraba como autómata porque “tú no tenías quién te las regalara”.

Treinta y un años mamá y ahora que el cáncer te ha llevado lejos de mi es que me he dado cuenta que el amor de mi vida estaba cerca, que esas flores se las di a mi amor bonito, eterno e inolvidable, que dormía en el cuarto de al lado, que su olor, sus gestos, su cara ya me eran familiares y conocidos, que desde que nací he sido arrullada y mimada por ti, el gran amor de mi vida.

Cuento los días para volver a verte.

Tu hija.

lunes, 24 de abril de 2017

El arte de Tolerar y la democracia que nadie quiere

Desde siempre la gente ha hablado de política, de los problemas sociales y económicos como si conociera las respuestas a todas las situaciones, se hacen eco de opiniones y van por allí diseminando su criterio que blanden como verdades absolutas.

En las ciencias sociales la verdad es siempre relativa. Creemos saber las causas que originaron la II Guerra Mundial porque encadenamos hechos, buscamos documentos y construimos un argumento, sin embargo, a diferencia de las ciencias puras, en las sociales puede haber diferentes respuestas, diferentes teorías y diferentes percepciones.

Nos gusta decir que queremos democracia, nos agrada la palabra y, más en estos tiempos, de un lado y del otro hemos desvirtuado profundamente su significado. La mayoría cree que la democracia consiste en acudir a las urnas y elegir al gobernante, habrá el que agregue “bajo condiciones equitativas, justas y transparentes”, algunos blandirán la constitución en sus manos y enumerarán otras condiciones y dirán que la democracia también comprende otros derechos e implica algunos otros deberes.

Sin embargo, la democracia implica inexorablemente el respetar la libertad del otro y eso es, con otro nombre, TOLERAR.

Uno no TOLERA a la persona que le agrada, a la que piensa igual que uno o la que quiere. Uno TOLERA a la que piensa diferente, a la que no le agrada y a la que no quiere. Por eso, al respetar la opinión de otro aunque difiera de la nuestra estamos TOLERANDOLO, porque, siempre y cuando esta persona no atente contra la vida de otro, no veje a otro, no injurie ni difame a otro, ni genere contenido que incite al odio y a la violencia, su opinión y su voz, no tiene por qué ser acallada.

Tiendo a ser una persona positiva y, los que me conocen, saben que soy bastante crítica y que no estoy de acuerdo con el actual Gobierno. Creo en la posibilidad de rectificación de las personas y, aunque no estoy de acuerdo con muchas, este mundo es mucho más enriquecedor porque personas con diferentes voces están en él.

La TOLERANCIA, no es popular, es difícil y es incómoda. El día de hoy un conocido en Facebook me criticó personalmente (poniendo en tela de juicio los años de estudio en mi Alma Mater). Les dejo la imagen para que la lean aquí.




Lo que esta persona me hizo ver, es que la TOLERANCIA, ese valor que nos ayudará en los días de construcción del país que queremos (uno inclusivo, productivo, positivo, en donde haya justicia y libertad) no es un concepto internalizado por nosotros (entendiendo por nosotros a la oposición). Creo que si estamos en este lado del tablero es porque no estamos de acuerdo y no compartimos el proceder de los “rojos” y entonces… por qué nos comportamos como ellos en el ámbito privado. Es que acaso no es válido estar fastidiado por no poder dormir, o no es válido estar molesto porque no puedes comprar algo o porque el corte de cabello no te quedó bien y expresarlo en tus redes sociales personales? ¿Acaso eso excluye el resto de las preocupaciones que uno como venezolano tiene día a día en su cabeza?

Tall y como hoy César Miguel Rondón y Marcel Rasquin comentaban en el programa (refiriéndose a unos talleres de cine)el hecho de que muchas cosas estén mal y que muchas cosas tienen que hacerse no significa que otras que ayudan a formar, a construir y a hacer arte no deban hacerse. No creo que el escribir mensajes incendiarios por el Facebook ni ofender personalmente a los que escriben estatus con los que no estoy de acuerdo aporte al país. El desacuerdo es válido y si son mis “amigos” en la red social asumo que algo de aprecio les tengo y que puedo ventilar la diferencia sin menospreciar.


El morderse la lengua y pensar dos veces antes de decir (o teclear) lo primero que se nos ocurre y el ver la manera de expresar nuestro descontento sin ofender es parte de esa inclusión y de esa TOLERANCIA necesaria para que exista eso que decimos estar defendiendo hoy en este país y que llamamos DEMOCRACIA. ¿Cuantos estaremos dispuestos a hacerlo para lograrlo?

jueves, 26 de enero de 2017

La Supervivencia del más apto. Versión Venezuela

En biología (creo que de noveno grado) estudiábamos principios de genética (lo conjugo en pasado porque con el modelo educativo actual no tengo la menor idea si siguen impartiendo estos temas), dentro de estos principios nos hablaban de un señor, Charles Darwin, y de su teoría de que algunos rasgos de las especies que las hacían más adaptables a su entorno eran forjadas y potenciadas por el medio ambiente. Estos rasgos (no autóctonos de la raza en sus orígenes) permitían que algunos individuos subsistieran, es decir, mantener su existencia, y a eso, palabras más palabras menos le llamaron “Supervivencia del más apto”.

No soy bióloga ni pretendo ser exacta con los conceptos, pero mal que bien he ahí la idea general que, cambiando una que otra cosa, la transfiero al entorno social (aquí es donde los biólogos cierran la página del blog porque se dieron cuenta que no abrieron lo que estaban buscando): hay rasgos, costumbres, prácticas,  que adquirimos, que no son propios de nuestra personalidad o naturaleza y que nos “ayudan” a sobrevivir en determinados entornos sociales.

Para nadie es un secreto que en Venezuela el entorno es adverso y hostil, nadie duda que sea un verdadero reto (y una suerte y bendición de Dios – si creen en Él- ) mantenerse andando en esta  caminadora que lleva un ritmo frenético y endemoniado. Muchas veces el sobrevivir está atado a la adopción de estos hábitos de los que nos jactamos y que “nos mantienen a flote”: el “bachaqueo” (compra de productos de primera necesidad o escasos a precio regulado para revenderlos a un precio mucho más elevado generando un lucro), el ver las bolsas de la gente descaradamente y preguntar dónde compraron si hay algo que nos interesa, la planificación de compras y la generación de indicadores de los insumos caseros (un rollo de papel me dura media semana, un kilo de café dos meses, una barra de jabón de tocador tres…), la ronda a farmacias aunque no estés enfermo con la lista de las medicinas que necesita todo el mundo, los escondites insólitos del celular para que no lo roben o el dejarlo estacionado en la casa (ahí pierde totalmente el sentido y deja de ser telefonía móvil… pero hay quienes lo hacen) y pare Ud. de contar.

Con todas estas mañas o trucos “inofensivos” están los cambios en nuestra personalidad, las cosas que empezamos a hacer o dejamos de hacer y que modifican quienes somos. Por un lado están esas actividades que nos gustan, nos relajan, nos distraen y nos distinguen que dejamos de hacer presionados por el medio adverso y empujado por el mundo de lo inmediato: caminar por la ciudad, hacer ejercicio al aire libre, subir al Ávila, frecuentar determinados lugares, dar la cola, ir a conciertos, a las plazas o a los parques, leer en el metro, escuchar música en la calle. Por el otro están nuestros valores y actitudes: el decir los buenos días, el ayudar a un vecino, el dar las gracias y el no empujar a la gente.

Bajo el concepto estricto… si hablamos de adaptación, tendríamos que modificar nuestra personalidad, nuestro propio ser para sobrevivir en este entorno que pareciera contrario al buen humor, a la risa, a la amistad y al amor, al arte y a las buenas ideas.

Estoy convencida de que el camino no es adaptarse para sobrevivir, la solución es ser resilente, es la capacidad de sobreponerse a la adversidad. El adaptarse me suena a acostumbrase a este merequetengue (merequetengue= desastre, caos) y el acostumbrarse cambia, se convierte en resignación y nos marca de manera indeleble. Terminamos siendo una caricatura de lo que éramos dándole al ambiente la capacidad de modificarnos, nos volvemos las jirafas pues con cuellos y patas largas afectando a las generaciones venideras.

No me malinterpreten, no hablo de gastar tu sueldo en salmón porque “mejor no adaptarse”, eso ya sería negación y locura, hablo de que no podemos dejar de pasar tiempo con los amigos porque “todo está peligros y caro”, o dejar de leer porque “un libro está carísimo, o como o leo un libro”, o dejar de hacer ejercicio “porque no tengo tiempo”. Son justamente estas actividades las que nos mantienen cuerdos en esta locura, las que nos permiten atravesar por tanto con brillo en los ojos y música en la cabeza. Encuéntrense en tu casa, ve a una plaza de día y arma un picnic, intercambia libros o bájatelos por Internet, programa 30 minutos de ejercicio en casa, date tiempo para tu propia terapia de equilibrio mental.

No hablo de ayudar a todo el mundo en la calle, pero ser cordial con tus vecinos con los que diariamente te encuentras, decir los buenos días cuando entres a un lugar donde estén otras personas o abrirle la puerta a alguien que lo necesite no atenta contra tu vida, todo lo contrario.


Al final creo que somos nosotros, los que no nos viciamos del ambiente, los que seremos los más aptos de levantar estos escombros. Al menos eso me gusta pensar.