Estoy re-leyendo (esta vez en
inglés gracias a una de mis mejores amigas) Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino
de Julio Verne.
A pesar de haber leído infinidad de veces las aventuras del Profesor Aronnax, su fiel Consejo y el arponero Ned Land; hoy, como hace tiempo no me pasaba, casi me salto una estación del Metro.
A pesar de haber leído infinidad de veces las aventuras del Profesor Aronnax, su fiel Consejo y el arponero Ned Land; hoy, como hace tiempo no me pasaba, casi me salto una estación del Metro.
Conocí a Julio Verne gracias a
una colección que mi mamá aún atesora de “Clásicos Juveniles”. Y que estaban en
lo alto de la biblioteca junto con versiones de las mismas aventuras en tiras cómicas.
Recuerdo como me encaramaba para alcanzarlos y como los leía con avidez hasta
en el baño.
Mi boca se abría con asombro ante
cada descubrimiento y lloraba como Magdalena frente a la tragedia de mis
héroes.
Con increíble exactitud predijo (en
sus más de cincuenta novelas) muchas de las cosas que hoy son realidades: los
viajes espaciales, los submarinos, el Internet los ascensores, motores
eléctricos y hasta las armas de destrucción masiva.
Verne escribió sobre viajes en
todos los continentes (incluso llegó a Venezuela en “El Soberbio Orinoco”) y
sus personajes eran multi-étnicos. Llenaba sus relatos de cálculos de pesos, velocidades,
masas y de un montón de antecedentes a las expediciones y descubrimientos que,
para ser sincera, no tengo la menor idea si fueron reales pero que le daban a
sus relatos una fuerza de verdad innegable.
Para su tiempo Verne escribía sobre un mundo imaginario, inventos no creados y lugares que no habían sido
descubiertos (de ahí que fuera considerado el padre de la ficción literaria).
Me conmovió mucho descubrir que
Julio Verne había escapado de su casa, a los once años, para alistarse como
grumete y hacerse a la mar. Fue atrapado por su padre quién le hizo jurar que
no volvería a viajar y, salvo pequeños viajes en la misma región, cumplió su
promesa viajando sólo a través de las letras.
Por años pensé que debía estar agradecida por aquella mente maravillosa que me hacía viajar de pequeña pagando un castigo, ahora me he dado cuenta que no. Julio Verne rompió la promesa de su padre viajando de la manera más emocionante e increíblemente posible: a través de la mente y nos hizo a todos (contemporáneos y no contemporáneos con él) ser sus cómplices.
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