Nunca la calle fue tan mía.
Nunca fui tan de la calle.
Tengo un par de años queriendo
ser ciclista urbana. Lamentablemente, dado que para hacerlo tendría que
atravesar una de las zonas más peligrosas de la capital venezolana a las peores
horas, desistí de la idea y escuché los consejos de quienes me dijeron que no
lo hiciera.
Hace unas semanas en México DF
tuve la oportunidad de cumplir mi sueño.
Con la tarjeta prestada de una
amiga, tomé una de las bicis del sistema de transporte público individual ECOBICI
y durante poco más de diez días viví un idilio; redescubriendo esa ciudad que
pensé que ya conocía, apropiándome de ella, fundiéndome en ella.
Mis primeros trayectos fueron
cortos y tímidos, me aterraba perderme, me asustaban los carros. Creo que
llegaba a hacer sonidos y a decir cosas como “Dios miooooo” mientras pasaba entre ellos.
Poco a poco el rompecabezas
aislado que era para mí el DF se fue ensamblando de manera prodigiosa y fuí agarrando confianza.
Logré enlazar la Roma con la Zona
Rosa, Chapultepec con Polanco y Escandón con La Condesa. Ya más allá de
ubicarme en el sistema metro y metro bus, era capaz de ubicarme a pie y a
pedal.
Me sentí segura, internándome en
la ciudad, conociéndola pedal a pedal.
Sonreí como nunca durante esos
días. Los ciclistas sonríen porque es inevitable no sentirse feliz sobre esas
dos ruedas y la mayoría de las personas en los otros medios de transporte
también les sonríen. Trabé esas pequeñas conversaciones típicas de ascensor en
cruces y semáforos. Los ciclistas hablan del clima, se previenen, se dan el
paso y se saludan.
También fui entendiendo que no tenía que amoldarme a
la bici totalmente, que ella podía adecuarse a mí. Así que pedaleé con leggins,
faldas (evidentemente teniendo cuidado), sandalias y tenis; con bolsos y
carteras.
Me sentí libre, de una manera que
nunca había experimentado.
Aunque podía agarrar el metro
desde el inicio de mi trayecto (en aquellos casos en los que mi destino era un
lugar no conquistado por ECOBICI), prefería irme en bici hasta donde pudiera y
de allí cambiar a cualquier otro medio de transporte.
La pequeña campanita fue música
para mis oídos, ¿alguien conoce alguna otra manera más agradable de pedir el
paso que con ese hermoso tintineo?. Parecía gritarle a todo el mundo “permiso
por favor, aquí vengo yo y vengo feliz”.
Empecé a usarla también de noche
(antes de las 12 horas ya que el sistema cierra a media noche), es increíble cómo
cambian las calles de tenebrosas y oscuras a enigmáticas y nostálgicas cuando
vas acompañada de una bici.
Dos días antes de irme hice el
trayecto más largo: desde la calle Salvador Alvarado en Escandón, hasta la
calle Blas Pascal en Polanco; llegué cansada a mi destino pero muy muy feliz.
Por supuesto que no todo es color
de rosa. El sistema está todavía en su primera etapa, así que hay mucho
conductor testarudo que sigue usando la ciclovía para estacionarse, para
descargar, que no ve cuando abre la puerta, que no cede el paso a la bici o que
cree que la bici no tiene derecho de usar un canal de la calle.
Los conductores no son solo los
mal portados. El peatón que anda caminando a lo largo de la ciclovía, o que no
respeta las señales de tránsito y a pesar de no tener el semáforo a su favor
cruza haciéndonos frenar en seco (como que nunca les ha golpead una bicicleta),
o que espera el bus en la ciclovía en vez de hacerlo en la calzada, también es
un dolor de cabeza y otro actor que hay que educar.
Tampoco el ciclista urbano está
muy educado. Muchos van en sentido contrario y se creen que lo están haciendo
muy bien porque andan por la ciclovía, sin darse cuenta que ponen sus vidas y
las de otros compañeros ciclistas en peligro; los ciclistas que se comen la luz
en los semáforos o los que toman las calzadas por asalto quitándole el espacio
a los peatones, no saben lo mucho que la están embarrando (o la torta que están
poniendo, para decirlo en venezolano).
No puedo esperar el momento para
repetir esta experiencia, en cualquier momento, conquistando cualquier otra
ciudad.
Una de las frases más famosas de la
pintora mexicana Frida Kahlo es “piés pa' que los quiero si tengo alas pa’ volar”,
yo no tengo alas, pero denme una bicicleta y déjenme volar.