Desde el día 12 de este mes mi
rutina ha variado un poco. Ha variado porque después de la convocatoria de la
concentración por el Día de la Juventud los focos de manifestaciones de descontento hacia el Gobierno y a las
situaciones económicas, políticas y sociales por él generada no han hecho otra
cosa que multiplicarse.
Hemos vivido, los venezolanos,
días de represión real (cuerpo a cuerpo) y virtual (en casa y en cada pantalla)
de manera sostenida e ininterrumpida.
Ha sido por las rendijas del
control (aplicaciones desarrolladas para eludir las restricciones en el acceso
a algunas páginas, el boca a boca, las transmisiones en vivo de personas
particulares y por cadenas) por las que podemos, los que estamos en otras
zonas, ver qué está pasando, qué están diciendo, qué pronunciamiento se está
dando.
Lo virtual se ha convertido para mí en la realidad.
Es el Twitter el que me dice si la estación del metro estará abierta, si
en la zona en la que se encuentra mi trabajo habrá protestas y cuándo y dónde
se reunirán otra vez para manifestar.
Son las conversaciones en Whasapp y los post en el Facebook los que me dicen cómo está el
país. Son las fotos que veo por los conocidos los que me describen la realidad de ese mundo que aunque parece más
lejano está allí a dos o tres estaciones del metro, justo esas que están
cerradas para que la gente de a pie, la gente como yo, no lo vea, para que la gente
siga de largo al trabajo, para que sea una minoría la que puede decir “con
estos ojos lo vi”.
Cuando paso el umbral de la
oficina me tengo que “desconectar” (¿o me tengo que conectar?) ocupándome del día
a día y despreocupándome del mañana. Entre e-mails, reuniones, conversaciones y
cosas qué hacer se van las horas…
La realidad empieza a tener un sinsabor virtual.
Me parece que mi rutina es un juego, un tránsito en el que salto
tortuguitas para que no me muerdan pero allí están, sólo basta con dejar de
saltar. Surreal y distante cuando sé que allí arriba del túnel que atravieso,
en esas estaciones en las que el tren no se para, ha habido (o hay) una
batalla.
No sólo en la televisión (primer
medio de comunicación en Venezuela) estamos censurados. La necesidad, la búsqueda
del pan, la pérdida en el mundo de lo inmediato nos obligan y nos empujan a engranarnos
en este mundo virtual.
Nuestra salud mental pareciera
que también a veces nos lleva de la mano a satisfacer y embriagar con libros,
con origami, con películas esas ansias de ser libres, dopándonos, tomando ese somnífero,
para no ser uno de los que engrose la lista de detenidos.
¿Podré soltar la mano de la
inmediatez?
¿Me encontrará la realidad mañana?
No lo sé… ya veremos… los dejo, mañana me “levanto” temprano para ir a trabajar.
¿Me encontrará la realidad mañana?
No lo sé… ya veremos… los dejo, mañana me “levanto” temprano para ir a trabajar.
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