

Mis amigos suelen ser de esos trabajadores que cuando llegan a un nuevo trabajo empiezan a tener sugerencias y críticas constructivas y exponen nuevas maneras de proceder en diferentes situaciones.
Me alegra saber que la mayoría de mis amigos valoran su trabajo, tanto que están dispuestos a sacrificar horas de ocio (a veces no remuneradas) por obtener los resultados en el tiempo deseado y que se ponen en los zapatos de la empresa en donde trabajan lejos de ser los típicos trabajadores que intentan exprimir a la compañía y sacarle todo lo que puedan.

Tengo también amigos a los cuales les obligan a marchar contraviniendo no solo artículos constitucionales sino también la misma Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano al no permitirles disentir y a tomar un evento político-partidista como parte de sus funciones laborales.
El primero de mayo me fue imposible no pensar en mis amigos, en esos verdaderos trabajadores que merecen mejores jefes, jefes que les escuchen, que los entrenen verdaderamente, que les den una remuneración adecuada con su esfuerzo, que promuevan conductas ejemplares y que entiendan que en algunas ocasiones los trabajadores son sus aliados y no sus enemigos, jefes que calculen los aumentos en base a la misma inflación que toman en cuenta al pedir el presupuesto a las casas matrices o al hacer los reportes.
Mi pancarta y mis consignas este primero de Mayo serán por la libertad de pensamiento en los lugares de trabajo y en contra de la inversión de valores que, como señala Ruth Capriles en su libro “El Libro Rojo del Resentimiento”, ha alcanzado a las empresas e instituciones públicas y que ahora siento que va a por las empresas privadas.
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